¿Alguna vez has reaccionado de forma desmesurada, ante un hecho que a simple vista era insignificante? ¿Te has sentido mal o culpable después de reaccionar así? ¿Te has preguntado luego a posteriori por qué esa reacción?
Cuando nuestras reacciones son desmesuradas frente a la afrenta que nos hacen, hay una herida activada. El dolor que no es expresado o manifestado de alguna manera en el pasado, se nos queda atragantado como una bola que no podemos digerir.
Cuando somos pequeños, no tenemos los recursos ni las capacidades de procesar e integrar situaciones traumáticas y por eso, el dolor y el sufrimiento lo cubrimos muchas veces con vergüenza y miedo. La vergüenza de creernos no merecedores y el miedo de sentirnos abandonados, desprotegidos, maltratados, etc.
Si, por ejemplo, de pequeños percibimos falta de amor de nuestros seres queridos, creemos que algo muy malo tiene que haber en nosotros, cuando ni siquiera éstos nos prestan atención.
Activación de la herida
Cuando el dolor se esconde, se enquista. De lo que huimos gobierna nuestra vida. Así que, aunque pensemos que es mejor huir del dolor u olvidarlo en las capas más profundas de nuestra psique, de repente pasa algo que lo activa. Este dolor nunca se fue, solo se quedó latente esperando algo que lo despertara. Muchas veces ni siquiera somos conscientes de esto.
A veces nos empeñamos en justificar todo el daño que el otro me ha hecho, poniendo la mirada y el juicio en el otro, cuando lo más probable, es que me haya despertado una herida muy antigua, que es mía propia y que tiene que ver con mi experiencia de vida. La pareja suele ser un espejo frecuente donde se nos activan las viejas heridas que cargamos desde la infancia o adolescencia.
Responsabilizarnos de nuestra herida para sanar
Cuando se nos activa la herida, tenemos distintas respuestas. La más común es ir de víctimas por la vida, señalando cuán malo es el otro por todo lo que me ha hecho sufrir. También podemos volvernos rencorosos, defensivos y desconfiados. Intentando castigar al otro por todo el mal que nos ha hecho.
Hay otra manera de afrontarlo, más consciente, que es saber que el dolor que siento habla de mí. Tomar la responsabilidad y estar dispuesta a afrontar ese dolor, conocerlo, transitarlo y escucharlo, para poder ver el mensaje que me trae, acogerlo, aceptarlo y finalmente transformarlo en algo más grande, profundo y bello.
Transitar el dolor
Este camino de descubrir nuestras heridas, para posteriormente sanarlas, es el proceso que hacemos en terapia. Tener a alguien que nos escuche, con el que podamos abrirnos de una forma sincera, es muy sanador y liberador.
Transitar el dolor pasa por abrir viejas heridas que no fueron expresadas en su día, para traerlas al presente y resignificarlas. Expresar lo no expresado, abrirse a las emociones y darle el lugar y el significado que en su día no fue posible. Comprendiendo ahora desde otro lugar.
Contar nuestros miedos, anhelos, frustraciones, emociones, y poner luz en nuestro camino de autoconocimiento, dándonos cuenta de los mecanismos que se activan cuando nos sentimos vulnerables y frágiles. Nuestra parte reactiva, la rabia, la ansiedad, etc. suelen ser protectores de alguna parte herida.
El camino de la aceptación
Cuando nos hacemos responsables de nuestras heridas, y estamos dispuestas a aceptarlas, empezamos el camino de la sanación. En la sanación hay un soltar y liberar culpas, de nosotros mismos y de los demás.
Poder soltar el rencor y el resentimiento es fundamental para desbloquear esa energía retenida y reinvertirla en nuevas motivaciones. De esta forma podemos recuperar aquello que dejamos por el camino cuando nos herimos.
Los niños son seres genuinos, creativos, amorosos, compasivos por naturaleza, fluyen con la vida, son espontáneos y auténticamente únicos. Esa esencia pura del niño se esconde tras la herida y sus mecanismos, opacando la belleza natural del niño o niña que llevamos dentro. Se distorsiona con creencias limitantes, acerca de él mismo y de la realidad, volviendo nuestro mundo más limitado y gris.
Esas creencias y mecanismos nos acompañan luego de adultos, limitándonos. Las creencias que tienen que ver con nuestro autoconcepto: “no puedo, no sirvo o no valgo” son las más importantes de desprogramar para poder recuperar todo ese potencial del niño esencial.
Como capas de una cebolla que vamos quitando, vamos soltando lastre. Nos volvemos más auténticos y genuinos, no tenemos tanta necesidad de defendernos o de justificarnos. Empezamos a aceptarnos en lo que somos sin la necesidad de que los demás nos aprueben.
Entender el dolor de otros
Por otro lado, muchas veces las heridas y los traumas se pasan de padres a hijos, pues una persona que por ejemplo ha sufrido maltrato se puede convertir en maltratador de adulto, como un método de supervivencia del niño que sobrevivió al dolor. John Bradshaw en su libro nuestro niño interior nos dice: «El niño pierde su identidad cuando sufre un abuso, para sobrevivir al dolor, se identifica con el ofensor».
Muchas programaciones se nos quedan a un nivel no consciente y repetimos un patrón disfuncional, que fue el mismo que nos hizo daño en nuestra infancia, con nuestros padres y nosotros mismos lo reproducimos con nuestros propios hijos.
Otras veces nos vamos al otro extremo generando otro desequilibrio. Por ejemplo, no es de extrañar que hijos de padres muy autoritarios y violentos, luego sean demasiado laxos y permisivos con sus hijos, no siendo capaces de poner límites claros y los niños crecen perdiendo el sentido de la responsabilidad.
Dejarlo ir y transformarlo
Poder sanar es poder soltar. No aferrarnos al dolor, ni al sufrimiento de lo que nos hicieron. Nuestros progenitores lo hicieron lo mejor que sabían o podían, con las herramientas que tenían. No vamos a resolver nada culpabilizándolos eternamente.
Tomar nuestra propia responsabilidad, conlleva el proceso de perdonar como lo hicieron nuestros padres y las personas que nos hirieron. Además de hacernos cargo de todo lo que somos, eso incluye nuestras heridas. Nuestra parte adulta y sobre todo nuestra parte amorosa, se hace cargo de esta herida que se quedó pequeña y sin recursos para crecer.
Hacernos cargo de ese niño o niña tiene que ver con conectar con él o ella, preguntarle ¿Cómo se siente? Entender su dolor y ayudar a liberar esa carga, que ya no es necesario llevar. Proporcionarle amor incondicional por encima de todo. Decirle frases como: eres perfecta tal y como eres, no necesitas demostrar nada a nadie, todo va a salir bien, poco a poco lo lograrás, etc.
Ese amor interno, cuando lo hacemos de forma incondicional, nos va transformando. Algo en nosotros se completa, ya no somos tan dependientes de la aprobación de los demás. Hay una paz y armonía interna que nos da confianza y seguridad.
Empezamos a cuidarnos más de forma natural y una hay energía que se libera y nos llena de nuevas ilusiones. La transformación es el camino de la sanación. Es en este momento que se produce la alquimia del alma. La sombra se ilumina, y se transforma en luz y sabiduría.
Espero que este post te haya inspirado para profundizar más en tu camino de autoconocimiento 😉 Te inste a no huir de tus propias emociones, aunque sean incómodas, sino que puedas escucharlas para poder entender su significado y conocer mejor el momento que estás atravesando. Si quieres comentar tu propia experiencia en este tema, estaré encantada de escucharte. Envíame tus comentarios a info@sendagestalt.com